lunes, 6 de diciembre de 2010

Ecuador, Perú, Bolivia... y mi corazón.






Acabo de regresar de un periplo de cerca de 20 días por estos inigualables países: Ecuador, Perú y Bolivia.

He visto maravillas sin par. Desde construcciones milenarias hechas por sabias, devotas y ágiles manos a montañas tremendas de inconmensurable grandeza y hermosura, desde cuevas, lagos, selvas y misterios hasta la sonrisa tímida de una niñita indígena shuar de la Cordillera del Cóndor, justo al lado de la Cueva de los Tayos.

¿Qué puedo decir? Que mi corazón se quedó allí, con todos ellos, montañas, secretos, monumentos, paisajes y gentes. En su color y su ritmo, en sus aromas y calles, en su diferente visión de la vida.

He vuelto más tostada, más parecida a ellos en el color de su preciosa piel, más delgada y más concienciada de que ellos poseen la clave y la riqueza, no sólo físicamente en sus territorios frondosos y aún vírgenes en algunos remotos lugares, sino en sus espíritus puros y abiertos, conectados con la sabiduría profunda del pueblo que ha sabido mantener su contacto intenso y permanente con La Madre Tierra.

No tendré más remedio que volver, tal vez para quedarme, pues mi corazón ha reusado regresar conmigo y no sé el tiempo-espacio que podré existir sin él dentro de mi pecho.

Me siento rara en medio del caos ciudadano, ruidoso de tráfico y agitados viandantes apresurados, tan ordenado por el reloj y los horarios, por las obligaciones monótonas y las normas en todo desde las vestiduras a la comida o el sueño...

Algo tendré que hacer, para que esta espera del regreso no se me haga eterna e insufrible: contemplar las pocas fotos que he conseguido obtener, antes de que mi cámara se mojara y estropeara sin remedio y acariciar las artesanías en tejidos, objetos varios y cerámicas que he podido traerme de allí.

¡¡¡Gracias Ecuador, Perú y Bolivia, por mostrarme dónde late más fuerte y seguro mi corazón, que es vuestro!!!

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